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El hueco

¿Un hueco? Gastón se acercó para cerciorarse. Retornaba a pie a su casa por el viejo camino, que esa noche estaba iluminado por la luna llena. No corría ni la más mínima brisa. Todo parecía congelado por los rayos de la luna: los árboles, los pastizales, todo estaba quieto y mudo, más silencioso de lo normal.
En una parte del camino, en un costado de éste, se alza un blanco paredón de piedra, un terraplén natural, y allí fue que Gastón vio al hueco. Era arredondeado, de unos cuarenta centímetros de ancho, y estaba en una parte casi vertical del paredón, como a un metro y medio del suelo.
Enseguida se acordó de una historia que le habían contado unos muchachos. Un grupo de amigos andaba cazando armadillos. Al volver por el viejo camino, avanzada la noche pero clara por la luna llena, habían visto un hueco en el paredón, según ellos los perros le gruñeron, y por eso no se atrevieron a acercarse. Gastón no se había creído la historia, pues al pasar de día no se veía ningún hueco.

Gastón deseó haber llevado una linterna para ver que tan profundo era. Como no tenía una se acercó más, y en la oscuridad del hueco creyó ver algo que se movía.
De repente, desde la oscuridad salió una mano enorme, se estiró con rapidez hacia Gastón y lo agarró por la cabeza, y al retraerse lo metió en el hueco. Lo último que pasó por el hueco fueron sus pies, y como iba pataleando cayó al suelo uno de sus zapatos; eso fue lo único que encontraron de Gastón, un zapato frente al paredón.

La tormenta

La tormenta se sentía en el aire, y los entornos se llenaron de silencio y expectación.
Desde la mañana cruzaron por el cielo oscuras nubes cargadas de agua; y yo estaba solo.
Al final de la tarde las nubes se apelmazaron en una gran masa oscura, que se fue volviendo
uniforme a medida que tomaba un tono verdoso.
Mi padre hacía días que arreaba una tropa por campos lejanos, y con él estaban los perros; mi madre
estaba en el pueblo, cuidando una tía que había caído enferma. Y yo estaba solo, en una casa apartada
de todo, rodeado de campo y algunos árboles, y sólo tenía trece años.
Todo se oscureció. De los árboles que había cerca apenas se distinguía el contorno, aunque aún no era
noche. En el galpón el caballo relinchaba inquieto, y las gallinas buscaban refugio en el gallinero,
corriendo apresuradas entre cacareos de alarma.

Aseguré bien la puerta desde adentro, con una silla. Encendía el farol cuando cayó el primer rayo,
y me hizo estremecer. Al rayo lo siguió un aguacero torrencial, ruidoso, y luego otros rayos, y todo el
cielo rugió como un coloso descomunal.
Por la ventana veía el desarrollo de la tormenta. Relámpagos blancos atravesaban todo el cielo, y la casa temblaba por los truenos, y la luz del farol oscilaba, se empequeñecía por instantes, y las sombras
crecían desde los rincones, y retrocedían después, y yo estaba solo y asustado.
Tras el fogonazo de un rayo, creí ver una silueta encapuchada rondar fuera de la casa. Aterrado, busqué la escopeta. Con las manos temblorosas conseguí cargarla con dos cartuchos, y lleno de terror
escudriñé por la ventana. De repente empujaron la puerta, cayendo la silla que la trancaba, y en el
umbral asomó un encapuchado. Sonó otro estruendo, esta vez el de la escopeta, y el encapuchado cayó hacia atrás. Al estar tendido boca arriba, un relámpago iluminó su cara; era mi padre.

Fantamas en el pasillo

Pasaba la noche en una pensión. Cerca de la medianoche sentí que alguien me despertaba, y al abrir los ojos vi que a mi lado había un anciano inclinado sobre la cama, mirándome fijamente.

- No se asuste - susurró el anciano -. Lo que anda en el pasillo sí es cosa de asustarse.
Rodé en la cama y me puse de pie en el lado opuesto al que estaba el anciano. Encendí una lámpara,
el anciano permanecía allí, mirándome a los ojos, y vi que con el pulgar señaló rumbo al pasillo.

- No haga ruido - susurró nuevamente -. Escuche, ahí viene, por el pasillo…
Presté atención y escuché unos pasos, sonaban como si calzaran botas. Los pasos se detuvieron frente a la puerta de la habitación. El anciano me indicó que guardara silencio con un gesto, y volteó hacia la puerta. Estuvimos expectantes por un momento. Los pasos volvieron a sonar, está vez alejándose por el pasillo. Yo no entendía nada ¿¡ Qué estaba pasando!?
Caminé hacia la puerta, entonces él se movió como para detenerme. Le amagué con el puño cerrado, y eso lo detuvo. En el pasillo aún se escuchaban los pasos. Abrí la puerta y me asomé, para mi sorpresa no vi a nadie, aunque se seguían escuchando los pasos.

Cerré la puerta y giré hacia el anciano, éste sonreía.

- Vio, es un fantasma rondando la pensión. El dueño no me cree. Yo soy el conserje. Lo desperté para avisarle, no es bueno que el fantasma lo encuentre dormido, podría darle un susto de muerte - me dijo.
- El susto me lo dio usted - repuse -. Pero está bien, gracias por avisar, nunca más vengo a este lugar.

Salió sin decir más y me dejó solo. No volví a escuchar los pasos. Apenas amaneció fui hasta la recepción, allí estaba el dueño.

- Lindo lugar tiene usted - comencé a decirle con tono sarcástico -. Claro, esta el pequeño detalle, casi insignificante, ¡de que aquí hay fantasmas! - el tipo me miró algo perplejo, después se pasó la mano por la barbilla como pensando.
- Discúlpeme, tenía mis sospechas, pero como no duermo aquí, no estaba seguro, además de primera uno no cree - se disculpó el hombre y parecía ser sincero - El conserje siempre me lo decía, decía que había fantasmas ¡Y yo no le creí! Ahora ya es tarde para disculparme con él; murió hace tiempo.

Un demonio justiciero

Lucas volvió al oscuro callejón. Escudriñó con la vista hasta que dio con la ventana en donde arrojó
el bolso, aquel que arrebatara a una señora. Lo había arrojado allí al creer que los policías lo iban a pescar, pero para su fortuna siguieron de largo.
Utilizando un tacho de basura como escalón alcanzó la ventana. Adentro estaba completamente oscuro, por lo que tuvo que arrojar su encendedor para ver en dónde iba a caer. Saltó, y antes que tocara el suelo la llama se apagó. Tenía una noción del lugar en el que había caído el encendedor,
se agachó y empezó a tantear el suelo. Buscaba por aquí y por allá, a ciegas, al posar la mano sobre algo inmediatamente lo reconoció, apartándose enseguida; había tanteado un pie humano con uñas largas y puntiagudas.

Se levantó de prisa y con el brazo extendido buscó la pared, al hallarla se recostó de espaldas.
Aquella zona no era buena, aparte de rondar por allí ladronzuelos como él, también era frecuentada por cualquier clase de locos y criminales de todo tipo. Que hubiera alguien allí, parado en la oscuridad, ya era algo atemorizante, y sumado a la imagen que Lucas se formó al tantear el pie, nuestro ladronzuelo no pudo menos que temblar de miedo, pues se imaginó un pie apenas humano.
Lucas sacó una navaja, y al sentir que lo rozaron empezó a lanzar golpes a la oscuridad. No le dio a nada ni escuchaba sonido alguno, sin embargo volvieron a rozarlo, esta vez en la cara. Escuchó entonces una risita disimulada, como de alguien que intenta contenerse y ríe por la nariz, y el sonido también parecía salir de un tubo o conducto largo; y Lucas se imaginó que lo que estaba allí tenía trompa, o una nariz enorme, no humana.

En la oscuridad del lugar, sólo se distinguía la ventana. Cuando se siente terror, se pueden hacer cosas extraordinarias. Lucas soltó la navaja, y dando un gran salto alcanzó a agarrarse del marco de la ventana, proeza que en condiciones normales no podría. Mientras trepaba una mano le agarró un pié,
mas entre gritos de terror pudo zafarse, cayendo luego al callejón.
Se levantó algo adolorido pero contento por haber salido de aquel lugar. Se iba a marchar cuando algo le golpeó la cabeza, cayendo a sus pies; era el encendedor, seguidamente desde la ventana voló otro objeto, esta vez era la cartera que había robado, y también le pegó en la cabeza.
A Lucas le pareció sumamente extraño el hecho de que lo que hubiera allí le devolviera las cosas que había perdido adentro. De pronto Lucas se estremeció “¡También dejé la navaja!”, pensó, y en ese instante algo se le clavó en la cabeza, la navaja, y murió allí mismo.

La propiedad embrujada

Los hermanos Rosario y Javier siempre buscaban nuevas aventuras. Se habían mudado a una nueva casa, y los niños estaban felices. En el terreno que adquirieron sus padres había un gran jardín.
Jugaban casi todo el día en el jardín, ya fuera a las escondidas, a cazar mariposas, o a fantasear que andaban en la selva.
Al poco tiempo el jardín los aburrió. Sin que sus padres lo supieran empezaron a investigar los alrededores. No muy lejos de su casa encontraron un sendero que atravesaba unos terrenos baldíos.
Siguiendo el sendero encontraron una propiedad abandonada. El cerco que bordeaba la propiedad
tenía una abertura, y por ella ingresó Rosario y Javier.

Ingresaron a un viejo jardín, ahora dominado por las malezas. Aunque aquel lugar estaba descuidado,
y los pastos les enredaban las piernas, para ellos era más interesante que su jardín, y así se internaron
más y más.
Rosario comenzó a sentir sed. Tirando del brazo de su hermano le dijo que quería regresar, Javier se
había detenido porque vio algo.

- Allá adelante hay algo, se ve entre las ramas, parece la pared de una casa. Vamos a ver y después volvemos - dijo Javier.
- Bueno, pero después volvemos que tengo sed.
- Yo también tengo sed, y ya debe ser un poco tarde, pero la casa está ahí cerquita - Javier miró al cielo, buscando la posición del sol, mas no lo encontró, aunque el cielo estaba azul y había mucha luz.
Igual siguieron su camino, unos metros más adelante vieron la casa. No era una casa muy grande pero si muy vieja. La contemplaron por un instante, recorriendo su fachada con la mirada. Por casualidad los dos miraban hacia la misma ventana, cuando frente a ella cruzó un espectro blanco, el fantasma de una mujer. Gritaron a la vez y se echaron a correr, tratando de volver por donde habían ido; mas cuando creyeron alejarse de la casa la vieron nuevamente frente a ellos.

Javier iba adelante, separando las ramas de las malezas, atrás iba Rosario, llorando de miedo.
Por cualquier sendero que tomaran, salían siempre frente a la casa, y sus piernitas comenzaron a cansarse, y la sed les resecaba la boca.
Se detuvieron a descansar, fatigados ambos, se miraban con los ojos llenos de terror, no comprendían qué les estaba sucediendo.
De pronto escucharon una voz conocida, la de su padre, éste los llamaba a gritos. Enseguida le respondieron, luego vieron que alguien se abría paso por la maraña de plantas, y finalmente vieron a su padre.

- ¡Papá, nos perdimos, y siempre salíamos en el mismo lugar! - dijo Javier rompiendo en llanto, su hermana se había prendido a la pierna del padre, y sólo lloraba sin decir nada.
- ¡Pero! Cómo van a andar en un lugar así. Puede andar alguna víbora, pero bueno, ahora vámonos a casa. Agarrados de la mano de su padre comenzaron a caminar.
Cuando salieron de la apretujada maleza, ya estaban en el jardín de su casa. Los dos estaban tan contentos de regresar, y estaban tan agotados, que no se dieron cuenta que para llegar a su propiedad debían atravesar varios baldíos, por lo que no era posible salir directamente a su jardín.
Creyendo que entraban a su hogar, y que era su padre el que los guiaba, entraron a la casa abandonada, y nunca más se supo de ellos.

Tras una puerta de hospital

No recuerdo por qué mi madre me llevó al hospital, yo era muy niño. Salimos de madrugada, a pie.
Hacía mucho frío, y en la calle apenas andaban algunas personas. Recuerdo que el césped de algunas casas estaba blanco de helada, y las ventanillas de los autos estacionados en la calle, estaban opacas de escarcha.
Al llegar el hospital estaba casi vacío. Ignoro por qué tuvimos que esperar igual, creo que el doctor no había llegado. Nos sentamos en un banco que había contra la pared de un corredor, frente a nosotros había una puerta de color marrón que estaba cerrada.
Enseguida me dio sueño, por haber dormido poco y por el silencio del lugar. Llegaban algunos sonidos apagados: voces, llantos de niños, y algunos pasos que era difícil precisar de dónde venían.

Terminé durmiéndome sentado. Al despertar mi madre no estaba a mi lado. Al hallarme solo miré hacia ambos extremos del corredor, y de reojo vi que la puerta que estaba frente a mí empezaba a abrirse.
Tras la puerta había un monstruo vestido de enfermera. Lo llamo monstruo porque evidentemente no era una persona, y tampoco una aparición.
Inútil sería intentar describirlo detalladamente, era una mezcla de rasgos animales en un rostro putrefacto. Hasta tenía puesto un gorrito de enfermera, y el blanco de su uniforme era impecable.
Aquella cosa me saludó con la mano, yo quedé duro de miedo, y sentí que todos los pelos de mi cuerpo
se erizaban, como si me atravesara una corriente eléctrica.

La criatura tenía un brazo hacia atrás, como ocultando algo. De repente mostró lo que ocultaba.
Lancé un alarido de terror al ver que era la cabeza de mi madre. El monstruo la sostenía de los pelos,
y la balanceó de un lado al otro, y la cabeza de mi madre comenzó a reír a carcajadas. De pronto la puerta se cerró, y por el corredor mi madre se acercó corriendo. No puedo expresar la alegría que sentí
al verla bien. Me había dejado un momento para ir al baño.
Un enfermero que escuchó mis gritos se nos acercó. Llorando relaté lo que había visto. Por supuesto que creyeron que lo había soñado. Para demostrármelo el enfermero abrió la puerta, como era de esperarse adentro no había nada, aparte de algunas cajas con utensilios de hospital.
Sé que no fue un sueño; para abrirla el enfermero utilizó una llave, o sea que no pudo abrirse sola, y cuando vi al monstruo, también vi las cajas con utensilios, las mismas que vi después.

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